El día de Andalucía exige una corrida de toros para su celebración: estupendo, que no la vayan a quitar. ¿Qué arraigo tiene la fiesta que la tal corrida no se puede dar en una plaza grande desde Huelva hasta Almería? ¿Qué arraigo tiene la fiesta que no se puede organizar sin que Canal Sur sea empresa? Lo mismo puede ocurrir en la gala artística, que no se sostiene sin apoyo económico oficial. Lo mismo ocurre en las ferias, donde lo taurino no es subvencionado y sí lo son cantantes de fama y colorín. No hablemos de cine ni del pesebre intelectualoide.
Empieza, pues, la tarde en la nebulosa de lo oficioso que no impide que Carmelo y Caba, empresarios de Ubrique, hayan trabajado para congregar a 2.500 almas que les ayuden a salir del compromiso. En el haber, una corrida de Fuente Ymbro, ganadería de prestigio. Sobre la mesa, Jesulín de Ubrique en su tierra, con todas las basuras de teles corriendo el encierro de familiares y deudos. Javier Conde y Daniel Luque acompañan, cada uno en su estilo.
La corrida es chica, especialmente bien hecha en algunas reses, lo normal en plaza de tercera donde se cuide al toro. Se le pega duramente en varas para bajarle los humos y el tercero, de gran clase, debió ser devuelto porque se dañó de salida o en el caballo. Todos los toros, excepto el sexto, más problemático y con peores hechuras, embisten en rectitud, obedecen y duran. Los toreros tiran líneas sin compromiso, con algún detalle escaso de Conde y buen desarrollo de Jesulín en el cuarto. Orejas de regalo. Como sería que el tercero, que no permitió ningún tipo de lucimiento, también se fue al desolladero sin una oreja.
El público no se enteró del juego de las reses ni de lo que hicieron los matadores. ¿O es que era eso lo que quería y lo que vino a ver? Un raro folclore en el que se aplaude al cantante afónico o al bailaor con lumbago.
Hoy, la fiesta de los toros no se puede desligar ya de las ferias locales. Se acabaron las plazas de temporada. En vez de liga, solteros contra casados. Divertido, pero así no se gana el campeonato del mundo.
En los toros, lo hemos perdido. La deriva nos lleva a un espectáculo de peña donde el chistoso, animado por cuatro copas, provoca el disfrute de los amigos que se riega con un fandanguillo por lo bajo y tres cojetásgraciosas. Escaso bagaje que no da ni para eurovisión. El toreo es grandeza y emoción con mayúsculas, no distracción banal y cuchufleta porque jugarse la vida no es de chiste. No convoquemos otro Pozoblanco que nos haga respetar y temer.
La fiesta se vuelve a despeñar por falta de sustancia. Sí, no siempre puede celebrarse un Madrid-Barça, pero tampoco un Ponferradina-Elche constante. Cada uno tiene su ambiente.
Mientras, simulamos. La cuota de pantalla, bien, gracias. La telebasura, superior. Jesulín, familia y exfamilia, en el parnaso popular. Eso es lo queremos. Eso es lo que tenemos. La fiesta es sólo un disfraz de las carencias propias bien apoyada por la mentira complaciente. Desde el barro, con amor. Es lástima que hombre y toro lleven su pelea como si de lucha de camisetas mojadas se tratara. Es a muerte, oiga. Y no se enteran.