Notable encierro de Ricardo Gallardo que permitió la salida a hombros de Jesulín, Conde y Daniel Luque
Toros. Se lidiaron seis ejemplares de Fuente Ymbro, correctos de presencia aunque romos de pitones. De buen juego en general, destacaron por su bravura el primero y el quinto. El tercero fue un inválido y el sexto presentó problemas.
Jesulín de Ubrique. Celeste y oro. Oreja y dos orejas.
Javier Conde. Grosella y azabache. Oreja y dos orejas.
Daniel Luque. Caña y oro. Oreja y oreja.
Corrida. Plaza de toros de Ubrique, casi lleno en tarde fría. Corrida con motivo del día de Andalucía. Retransmitido por la cadena autonómica.
El primero y el quinto mostraron bravura rotunda y favorecieron un juego intenso y variado
A pesar de las ocho orejas cortadas, que al final del festejo lucían en el triunfal marcador, la corrida de toros que conmemoraba el día de Andalucía no ha constituido, ni mucho menos, un cúmulo desbordado de exquisiteces taurinas. Sí ha sido, por el contrario, un festejo entretenido y de gran interés para el aficionado, pues los animales de la divisa gaditana de Fuente Ymbro han ofrecido un juego intenso y variado. Comportamiento serio y encastado que tuvo su punto álgido en la bravura rotunda que desarrollaron tanto el primero como el quinto de la tarde.
El que abrió plaza fue un toro bajo pero armónico de presencia, que empujó con fuerza al caballo y que derrochó codicia y nobleza tras los engaños. Ejemplar con fijeza y recorrido en su humillada embestida al que Jesulín muleteó sin ángel ni apreturas. Dio muchos muletazos pero ninguno poseyó el garbo y la profundidad que la calidad de su enemigo demandaba. Faena carente de relajo y de ligazón ante un toro noble pero con chispa y movilidad, con ese punto de bravura que la fiesta tanto necesita. Con una estocada desprendida y trasera puso fin a una actuación que, de forma inexplicable, fue premiada con una oreja. Dadivosa actitud de público y presidencia que marcaría una constante durante todo el transcurrir del festejo.
Más asentado se vio al de Ubrique con el cuarto de la suelta, toro de extrema nobleza y repetidora embestida, al que, tras un firme inicio de faena para meterlo en el engaño, dominó en dos tandas de derechazos en los que concedió distancias en los cites y aguantó, confiado, para ligar. Más trompicado resultó, en cambio, el breve intento del toreo al natural, por lo que retornó a su derecha para abundar en circulares, desplantes y martinetes como alegre epílogo encimista.
Buena pelea en varas
El otro gran toro del encierro fue a parar a las manos de Javier Conde. Animal que repitió codicioso en los capotes y ofreció una buena pelea en varas y desplegó gran fijeza y prontitud en todos los cites. Franela en mano, el malagueño intentó pasarlo al natural pero evidenció una alarmante carencia de recursos y de quietud para ligar los muletazos. Se trataba de un toro bravo al que había que citar cruzado, exponerle y poderle, con el que no bastaba con componer la figura con pretendida plasticidad. Faceta estética que sí pudo esbozar, al menos, ante su primero, astado de acometida suave y boyante, con el que se lució en un exquisito saludo capotero donde sobresalieron dos verónicas y una media de auténtico lujo.
Dibujó después algunos muletazos sueltos de cierta inspiración, dentro de una faena algo inconexa, en la que escaseó la ligazón y abundó el cite al hilo del pitón.
El juego dispar ofrecido por los dos toros del lote de Daniel Luque manifiesta, por sí mismo, la cara y la cruz de la tauromaquia. Cruz, en la triste pantomima en que se convirtió la lidia del tercero de la tarde, un animal inválido que se desmoronaba sobre la arena mientras un torero, solemne y pinturero, insistía en vano para extraerle aborregados muletazos. Sin embargo, se mantuvo en el ruedo porque, según terminología actual de profesionales ‘tenía mucha clase’.
Luque lo mataría de infame bajonazo y, como rúbrica del despropósito en el que se haya la fiesta, se premiaría su labor hasta con un trofeo. La cara, en cambio, se vivió en la enconada lidia que se vivió en el sexto, toro encastado, fuerte y complicado, al que Daniel Luque plantó cara y presentó una gallarda lid con la muleta ante la encendida e imprevisible acometida de su enemigo. No fueron posibles las florituras pero sí hubo emoción, que también es parte inherente y esencial de este espectáculo