Un escultor de la memoria

El artesano Luis Domínguez Rojas, uno de los pocos repujadores que aún quedan de un oficio ya en decadencia, lleva más de 60 años sacándole relieve a la piel de Ubrique

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El ubriqueño Luis Domínguez Rojas, con el martillo y el cincel en mano, esculpe una pieza y con varias más terminadas a sus espaldas.

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Un fragmento tallado en piel de un pasaje del Quijote.

Lleva pegado al cuero desde los 16 años. Sabe cómo habla, cómo se moldea, lo caprichosa que puede llegar a ser esta materia prima. Luis Domínguez Rojas es un artesano de la piel, que le arranca relieves y venas para convertirla en una escultura o un cuadro.
Este ubriqueño está ligado al oficio desde hace más 60 años. Ha sido uno de los grandes repujadores de la marroquinería local, un oficio en vías de extinción que floreció y murió prácticamente en el siglo XX por los caprichos del mercado. Las fábricas dejaron de imprimir repujados a sus piezas por la tiranía de los vaivenes de la moda. Atrás quedaron las sempiternas figuritas de gitanas, toros, porrones o vasos de vidrios abrigados por un molde repujado en cuero.
De ahí bebió durante años Domínguez Rojas, uno de los últimos repujadores de aquel entonces y hoy un maestro de la artesanía de la piel que, a sus 75 años, tiene fuelle para mucho. Se considera tallista, escultor y pintor. Su lienzo es un pedazo de vaquetilla curtida a golpe de cincel o impregnada de pintura. Miles de golpes y trazos, con la paciencia que dan los años para conseguir moldear. "La piel te da satisfacciones. Es dulce. Te va enseñando y, al mismo tiempo, te da más de un dolor de cabeza para buscarle el tratamiento adecuado", explica el repujador.
Y además, Domínguez Rojas es un espectador directo de la historia más viva de la marroquinería ubriqueña. Sabe de las fatigas de un oficio duro que ha tenido momentos de relumbre y épocas más difíciles. Por ejemplo, la de ahora mismo.
No corren buenos tiempos para la industria con la machacona globalización. "Está mal. Vinieron los chinos y el trabajo se vino abajo. Pero parece que las marcas han vuelto al pueblo y el empleo a su sitio. Se han dado cuenta porque la gente lo que quiere es calidad", cuenta este artesano.
Firma en sus obras como ‘Rojas’ en honor a su madre. La figura materna en un trazo de varias letras. Tan importante para aquellos, como él, que se quedaron huérfano de padre. Eran los años duros. A él lo colocaron de mandadero, con poco más de 10 años en la fábrica, trajinando con los cafés que llevaba de las casas de los empleados hasta las mesaS de trabajo. "Mi madre luchó mucho para sacarnos adelante a mí y a mis hermanos", dice.
Fueron las primeras fatigas de esos mayores, como él, que hoy soltarían una carcajada con la desganada generación ni-ni (ni estudian ni trabajan). "Cuando yo me establecí de repujador, después de la mili, pedí prestadas 1.000 pesetas. Compré 200 pesetas en madera para hacer troqueles para poder estampar. Y ahí empezó todo", añade. Todo comenzó para él con las enseñanzas que le dieron los dos maestros que hubo de este oficio de repujador en Ubrique. Aprendió y se convirtió, también con los años, en empresario montando dos fábricas, una en Benaocaz y otra en Villaluenga del Rosario, donde siguió con el oficio.
"Me traía camiones enteros de cristal desde Valencia y he exportado piezas a medio mundo", recuerda. "El oficio empezó y terminó en el mismo siglo. Poco a poco los repujados se fueron perdiendo", echa la vista atrás. De la pura artesanía se pasó, en toda la industria marroquinera, a las planchas para abaratar costes y esa fue la perdición de una artesanía que imprimió durante un tiempo un sello en la manera de hacer. Y, según él, la influencia del repujado impregnó en más disciplinas como la pintura. "La afición tan grande que hay en Ubrique a la pintura viene de los repujadores. Tenían que ser artistas para aprender el oficio".
Domínguez Rojas es hoy un artesano jubilado que sigue atrapado por el embrujo de los curtidos. Pinta sobre piel, esculpe la piel y la talla. Lo mismo se enfrenta a las famosas creaciones de La Rendición de Breda y La Fragua de Vulcano, que da vida a un pasaje del Quijote. "Son renglones que no hace cualquiera. Con la edad que tengo y los años que llevo en el oficio, ando todavía aprendiendo", concluye mientras repasa con el cincel una de sus actuales tareas. Ha expuesto en diferentes sitios como en El Convento de Capuchinos, en Ubrique, donde penden de las paredes una treintena de obras suyas. Ahora se atreve con otro proyecto. Ha abierto una exposición en la calle Hermanos Bohórquez Gómez para mostrar su trayectoria. Además, ha enseñado a su hija la técnica para que no quede en el olvido parte de la identidad local.

diario cádiz

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