Los Sanfermines del 36

EL 15 de julio de 1936, hace justamente 75 años, se reunía la Diputación Permanente de las Cortes para estudiar la propuesta del Gobierno de Azaña de prolongar el estado de alarma un mes más. No hubo lugar. Las Cortes no volvieron a reunirse. Azaña salvó milagrosamente la vida porque quien planeaba asesinarlo fue disuadido por quienes ya conocían lo que se cocía para el 18 de julio. José Antonio Primo de Rivera había frenado desde la cárcel de Alicante los preparativos de asesinar a Largo Caballero cuando éste visitara en un hospital de Madrid a su esposa moribunda.
Vidas en un hilo, muertes en el filo. De todo hay en el libro de Paul Preston El holocausto español. No es un libro más en la más literaria de las guerras: muchos escritores vinieron de fuera para vivirla y narrarla, como Ernest Hemingway, André Malraux o Arthur Koestler, que en septiembre de 1936 entrevistó en Sevilla a Gonzalo Queipo de Llano, un personaje hiperbólico que está enterrado en el mismo barrio de la Macarena que ordenó bombardear. Muchos escritores se fueron de dentro a un exilio forzoso: media generación del 27 se marchó, media se quedó y García Lorca murió asesinado el mismo agosto del 36 que acabó con la vida de Blas Infante.
Preston describe al general Mola como un tipo culto que en los titubeos de la sublevación no descartaba marcharse a Cuba. El ingenuo Casares Quiroga ofreció al general Yagüe un cómodo cargo diplomático en Roma que rechazó. Mola, Yagüe y Franco forman parte de los militares africanistas. Como hace catorce siglos, todo entró por el norte de África. Mola vive en Pamplona los Sanfermines del 36 y allí conoce la noticia del suicidio de su hermano Ramón Mola.
Una guerra medieval: columnas de terratenientes, de legionarios, de moros, de mineros, columnas de toreros fascistas cuyo inventario reconoce Preston a Carlos Enrique Bayo. El libro tiene 126 páginas de notas en las que puedes encontrar tras los pasos de Queipo los nombres de Hugh Thomas, Nicolás Salas, Manuel Barrios y Francisco Espinosa. Con abundante presencia de investigadores andaluces como José Manuel Macarro, Alfonso Lazo o Juan Ortiz Villalba. Un libro necesario escrito con afán de miniaturista por un hincha del Everton. Y que invita en primer lugar a revisar el antimilitarismo de rigodón. Los militares leales a la República fueron las primeras víctimas, dice Preston. Después vinieron el librero de Puerto Real, el cartero de Benamahoma, el panadero de Ubrique, que además de hacer el pan llevaba las riendas de la alcaldía y fue uno de los 149 vecinos ejecutados en un municipio que estudió mi amigo el reportero y laureado novelista Alfonso Domingo

diario de cádiz

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