Buscarse la vida ante la falta de trabajo

Las tagarninas, las piñas y las cabrillas sustituyen ahora en la venta callejera a los socorridos espárragos y caracoles

El campo, la chatarra o el marisqueo son, cada vez más, las alternativas de muchos para salir adelante

El alto desempleo en la construcción es la principal causa de este regreso forzado al monte

La capital española del paro. Desde hace muchos años, Cádiz viene arrastrando este dudoso honor. Y los datos no ayudan. Las últimas cifras aportadas por el Servicio Andaluz de Empleo y el Instituto Nacional de Empleo, las del mes de octubre, vuelven a ser desoladoras. Hasta 172.021 personas están buscando trabajo en la provincia sin éxito. Las expectativas tampoco son buenas y las prestaciones sociales comienzan a acabarse para muchos desempleados que, ante la falta de oportunidades, no tienen más remedio que buscarse la vida.

El campo parecía, en principio, un refugio ante la crisis pero el estado en el que se encuentra tras los últimos temporales y la falta de mantenimiento no le ha permitido tampoco hacerse cargo de mucha mano de obra, por lo que no ha podido suavizar los efectos de la una crisis que se inició con la explosión de la burbuja inmobiliaria. La falta de jornales está obligando a cientos de gaditanos a recuperar antiguas prácticas de trabajo no reconocidas oficialmente para tratar de conseguir algunos recursos que le permitan comer a diario.

Ya ocurrió así el verano pasado cuando las estrellas de este socorrido recurso fueron los caracoles y los espárragos y resultaba complicado andar por cualquier pueblo o ciudad de la provincia sin ver a cada metro un pequeño puesto ambulante improvisado, donde los parados trataban de vender lo que el tiempo, la experiencia y la suerte les había permitido recolectar en el campo. Pero, esta estampa no fue cosa solo del verano. Llegado el invierno, la imagen no ha cambiado mucho. Lo único que sí lo ha hecho es que ahora en vez de vender espárragos o caracoles, estos temporeros improvisados ofrecen tagarninas y cabrillas. Pero hay más opciones: las piñas e incluso los palmitos, a pesar de que estos últimos están prohibidos, también son objetos codiciados en el campo para tratar de canjearlos por dinero.

La caída de la construcción es una de las principales causas que está provocando esta huida hacia el monte para encontrar en él la salida que los ladrillos han taponado. Juan y su mujer Nieves son dos vecinos de Arcos que han hecho de la recogida de tagarninas, cabrillas, caracoles, espárragos y cualquier otra cosa que se pueda «rebuscar», su medio de vida.

«Es imposible volver a la obra»

«Estuve cuatro años trabajando en la colocación de tejas y hubo un momento en que todo se quedó parado», cuenta Juan. A partir de ahí, «por mucho que buscaba era imposible volver a trabajar en la obra por lo que, acompañado de mi mujer, decidimos irnos al campo a buscarnos nuestro pan y el de nuestro hijo», añade. «Juntos vamos a rebuscar y después hacemos el trabajo más difícil, aunque sea el menos duro físicamente, que es el de venderlo», aseveró Nieves.

No obstante, no todos los trabajadores que se ven obligados a rebuscar vienen de la construcción o del sector servicios. Raquel y Juan estaban trabajando de jornaleros en el campo, haciendo todas las campañas que podían en Sevilla y otras provincias «recogiendo aceitunas, frutales o lo que encartara», destaca Raquel, hasta que «llegó la hora en la que no encontrábamos trabajo», asegura Juan. En ese momento decidieron tomar las riendas de su vida e hicieron de la venta callejera de tagarninas y espárragos, además de otros productos, su manera de vivir.

De ‘ilegal’ a empresaria

De hecho, Raquel ha llegado a convertirse en empresaria. «No queríamos arriesgarnos a vender siempre sin permiso en la calle y vimos que, enlazando una campaña con otra, podíamos vivir todo el año de esto». Para ello, montan a diario su puesto callejero a las puertas del nuevo mercado de Ubrique. Juntos forman un equipo perfecto que dedican toda su vida al trabajo y a la atención de sus dos hijos. «Todo lo hacemos por ellos, para que puedan vivir en condiciones y estudiar para tener una vida mejor que la que tenemos nosotros», afirma Raquel.

Pero esta forma de buscarse la vida no es exclusiva de las zonas agrícolas de la provincia sino que, dependiendo del lugar, los gaditanos se adaptan a los recursos de su entorno para buscarse la vida.

El marisqueo -muy criticado por los profesionales del sector-, la venta callejera de caballa o camarones, o la recogida de chatarra se han convertido en el salvavidas de muchas familias que no tienen «otra opción» que «echarse a la calle» para poder sobrevivir. También ocurre lo mismo con la recolección de setas, una actividad también muy arraigada en Jimena y el Parque de Los Alcornocales , y que, tras el azote de la crisis es para muchos el jornal con el que sueñan cada día.

la voz

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